Moncayo y la desobediencia civil |
Diez años después de que las Farc secuestraran a su hijo, el militar, el profesor Gustavo Moncayo decidió recorrer a pie más de 1.200 kilómetros para llegar hasta la Plaza de Bolívar, en Bogotá, y convertirse en un héroe nacional. |
por: Reinaldo Spitaletta; El espectador. |
Este hombre, de 56 años y rostro de trajín, es, a diferencia de aquellos “héroes” que ahora quieren presentar como tales los mismos que han ocasionado el desangre prolongado de Colombia, un genuino símbolo del pueblo que sufre. Y llora. Y es víctima de los poderes, y aun de los denominados “contrapoderes”.
El profesor de ciencias sociales y música encarna, para no ir muy lejos, también al padecimiento que constituye ser maestro oficial en un país que desprecia al educador, lo relega, le cercena derechos y lo mantiene en condición de paria. La educación pública, cada vez más privatizada, interesa poco a un sistema que busca perpetuar en la ignorancia a sus súbditos.
Me parece que ha nacido un símbolo popular en Colombia. La nueva expresión de los que se han mantenido (o los han mantenido) callados, al margen, sin la posibilidad de protestar. De alguna especial manera, la caminata de paz emprendida por Moncayo se yergue como una representación de la desobediencia civil. Y de la resistencia.
Moncayo, su actitud y su coraje, derivan en un asunto de más fondo. Es necesario que la gente se cuestione y sea capaz de poner coto a su ya muy vieja marginación. Con el ejemplo del hombre, de la víctima, del profesor, se presagia que hay que apelar a la marcha, a la manifestación. A las demostraciones civilizadas contra los atropellos. Y entonces, no será raro que los desprotegidos emulen la propuesta del maestro.
Un hombre que el Día del Padre salió de Sandoná casi sin que nadie le prestara atención, aparte de su esposa e hijas, paralizó a Bogotá. Convocó a millares de personas que se solidarizaron con su causa en pro de la liberación de los secuestrados y también en la búsqueda de construir un país justo.
Hay un aspecto que llama la atención en Moncayo. Su dignidad. La manera de expresar que “hemos sido víctimas de la politiquería del gobierno y de las Farc”, la forma altiva de decirle al presidente Uribe que su gobierno ha sido intransigente en la búsqueda de un acuerdo humanitario. Ah, y si Uribe creyó alguna vez que podría manipular al profesor, como intentó hacerlo con la marcha nacional contra el secuestro, se llevó un palmo de narices.
La actitud valiente de Moncayo despertó, además, a una multitud congregada en la Plaza de Bolívar, donde estableció el caminante su “cambuche”. Los concurrentes iniciaron un largo abucheo al presidente, gritaron “abajos” y, como ha pasado en otros ámbitos y circunstancias, lo descontrolaron.
No era un estadista el que estaba allí, sino una especie de mayordomo. O un caballista salido de sus cabales. Le dijeron “títere” de los gringos. Y se descompuso. Le corearon “paramilitar” y entonces advirtió que los que así lo calificaban tal vez estaban del lado de la guerrilla. Una inveterada actitud, marcartizadora, de “pensamiento único”, a la cual, por fortuna, la gente ya no le “come cuento”.
A cinco años de un gobierno de desastre para el pueblo y de felicidades para una minoría de magnates y plutócratas, Uribe volvió a mostrar que es un experto en demagogia y manipulación. Sin embargo, en la histórica plaza tuvo que soportar demudado y quitándose y poniéndose los anteojos la carga de la multitud que lo confrontó.
Digamos que ahí ya hay un germinar de la actitud de Moncayo. El profesor, que en su trasegar se dio cuenta del desamparo de la salud en Colombia y de las miserias populares, había pedido al gobierno que deje de invertir en la guerra y lo haga “en obras sociales, salud, dotación de escuelas y educación”. Al tiempo, sus palabras también se dirigieron contra las Farc. Les pidió deponer las armas, un cese al fuego y no secuestrar más.
Es ahí cuando el profesor se erige como un portaestandarte popular. Como alguien que decide por fin dejar de ser víctima. Y muestra un camino (“se hace camino al andar”). El antiguo vendedor ambulante de televisores en Sandoná es, hoy, un ejemplo de carácter y de rechazo a las humillaciones.
En un país de desplazados y desempleados, de pobres y desahuciados de la fortuna, un maestro de escuela se convierte en símbolo de las luchas del pueblo. Muy necesario, en particular en momentos en que el presidente muestra sus compromisos con el paramilitarismo que lo llevan a desafiar e irrespetar a la Corte Suprema de Justicia, y su arrodillamiento ante el imperio. Ojalá la epopeya del profesor conduzca a la realización del acuerdo humanitario. Uribe y las Farc deben deponer su politiquería y arrogancia. Que empiecen a negociar.
El profesor de ciencias sociales y música encarna, para no ir muy lejos, también al padecimiento que constituye ser maestro oficial en un país que desprecia al educador, lo relega, le cercena derechos y lo mantiene en condición de paria. La educación pública, cada vez más privatizada, interesa poco a un sistema que busca perpetuar en la ignorancia a sus súbditos.
Me parece que ha nacido un símbolo popular en Colombia. La nueva expresión de los que se han mantenido (o los han mantenido) callados, al margen, sin la posibilidad de protestar. De alguna especial manera, la caminata de paz emprendida por Moncayo se yergue como una representación de la desobediencia civil. Y de la resistencia.
Moncayo, su actitud y su coraje, derivan en un asunto de más fondo. Es necesario que la gente se cuestione y sea capaz de poner coto a su ya muy vieja marginación. Con el ejemplo del hombre, de la víctima, del profesor, se presagia que hay que apelar a la marcha, a la manifestación. A las demostraciones civilizadas contra los atropellos. Y entonces, no será raro que los desprotegidos emulen la propuesta del maestro.
Un hombre que el Día del Padre salió de Sandoná casi sin que nadie le prestara atención, aparte de su esposa e hijas, paralizó a Bogotá. Convocó a millares de personas que se solidarizaron con su causa en pro de la liberación de los secuestrados y también en la búsqueda de construir un país justo.
Hay un aspecto que llama la atención en Moncayo. Su dignidad. La manera de expresar que “hemos sido víctimas de la politiquería del gobierno y de las Farc”, la forma altiva de decirle al presidente Uribe que su gobierno ha sido intransigente en la búsqueda de un acuerdo humanitario. Ah, y si Uribe creyó alguna vez que podría manipular al profesor, como intentó hacerlo con la marcha nacional contra el secuestro, se llevó un palmo de narices.
La actitud valiente de Moncayo despertó, además, a una multitud congregada en la Plaza de Bolívar, donde estableció el caminante su “cambuche”. Los concurrentes iniciaron un largo abucheo al presidente, gritaron “abajos” y, como ha pasado en otros ámbitos y circunstancias, lo descontrolaron.
No era un estadista el que estaba allí, sino una especie de mayordomo. O un caballista salido de sus cabales. Le dijeron “títere” de los gringos. Y se descompuso. Le corearon “paramilitar” y entonces advirtió que los que así lo calificaban tal vez estaban del lado de la guerrilla. Una inveterada actitud, marcartizadora, de “pensamiento único”, a la cual, por fortuna, la gente ya no le “come cuento”.
A cinco años de un gobierno de desastre para el pueblo y de felicidades para una minoría de magnates y plutócratas, Uribe volvió a mostrar que es un experto en demagogia y manipulación. Sin embargo, en la histórica plaza tuvo que soportar demudado y quitándose y poniéndose los anteojos la carga de la multitud que lo confrontó.
Digamos que ahí ya hay un germinar de la actitud de Moncayo. El profesor, que en su trasegar se dio cuenta del desamparo de la salud en Colombia y de las miserias populares, había pedido al gobierno que deje de invertir en la guerra y lo haga “en obras sociales, salud, dotación de escuelas y educación”. Al tiempo, sus palabras también se dirigieron contra las Farc. Les pidió deponer las armas, un cese al fuego y no secuestrar más.
Es ahí cuando el profesor se erige como un portaestandarte popular. Como alguien que decide por fin dejar de ser víctima. Y muestra un camino (“se hace camino al andar”). El antiguo vendedor ambulante de televisores en Sandoná es, hoy, un ejemplo de carácter y de rechazo a las humillaciones.
En un país de desplazados y desempleados, de pobres y desahuciados de la fortuna, un maestro de escuela se convierte en símbolo de las luchas del pueblo. Muy necesario, en particular en momentos en que el presidente muestra sus compromisos con el paramilitarismo que lo llevan a desafiar e irrespetar a la Corte Suprema de Justicia, y su arrodillamiento ante el imperio. Ojalá la epopeya del profesor conduzca a la realización del acuerdo humanitario. Uribe y las Farc deben deponer su politiquería y arrogancia. Que empiecen a negociar.
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